jueves, 11 de junio de 2015

LOS DILEMAS DE RIVERA


El contraste entre la exquisita generosidad con la que Rivera ha tratado a S. Díaz y el rigor refinado con el que atornilla a la Sra. Cifuentes es índice de que la equidistancia de Cs. pasa por la mayor distancia del PP, incluso la mayor distancia posible. Al fin y al cabo y con toda la razón o sólo con parte de ella, el hecho es que el PP es para la mayor parte de la opinión el campeón de la corrupción y este sambenito lo va arrastrar hasta el previsible infierno electoral. La precipitación con la que el Sr. Rivera ha aupado a Susana, aun a costa de poner en riesgo su propia honra, parece una maniobra de última hora ante el temor de nuevas elecciones en Andalucía. Pues sólo de esa manera puede justificar el apoyo a Cifuentes. Rivera ha acabado enredado en este juego de carambolas, al tratar de sostener a la vez la bandera contra la corrupción, junto con la bandera de la gobernabilidad. Pero en la práctica, temeroso de una sensibilidad publica tan escorada a hacer causa exclusiva contra la corrupción, la lucha contra la corrupción se va volviendo en una paranoia que amenaza su apuesta por la gobernabilidad. A resultas de las elecciones Rivera parece dirigirse más a la opinión pública en general que a los específicos potenciales votantes desengañados de la derecha. Si alguna vez lo pretendió, cosa que no creo, estas elecciones han demostrado que sustituir o dejar en posición marginal al PP en toda España de la misma manera que ha ocurrido en Cataluña parece fuera de lugar. Antes el PP estaría dispuesto a hundirse arrastrando a Cs. Yendo al grano, esta equidistancia coja, que propicia con razón el agravio comparativo del PP, sólo tiene sentido si es parte de la estrategia de contrarrestar lo que se ve venir, el gobierno y el poder de la Megaizquierda al mando de los PI y ZPI. Pero la vía a una solución de centro izquierda, o siquiera de izquierda-centro, requeriría tanto un espacio de centro propiamente dicho, es decir que no sea el colchón de seguridad del PP o del PSOE, como sobre todo la neutralización de los podemitas. Tal vez los estrategas de Cs piensen que lo primero es posible, conforme avance la conciencia de la inminencia del peligro en que está sumida a la vez la democracia y la prosperidad. El asunto es peliagudo porque es muy probable que los descontentos del PP estén dispuestos a quedarse en casa si sospechan de un mínimo acuerdo con la izquierda, aunque sea “socialdemócrata”, mientras que a los de la izquierda sólo les tienta su izquierda. Lo que no parece probable es neutralizar a Podemos aceptando su juego, por muy arriesgado que sea no hacerlo. ¿Es tan inoportuno exigir que condenen la tiranía venezolana como condición para cualquier posible acuerdo o trato? El éxito de Podemos depende en gran medida de su capacidad de conservar inmaculada la imagen de partido democrático y regenerador, camuflándose tras el “cambio”. Con ello puede acaparar gran parte del voto de izquierdas, tan incómodo con el PSOE. Por su parte el PSOE sólo se puede sentir exigido si tiene que definirse ante la calidad democrática de este socio tan voraz. En este sentido resultaría incomprensible que mientras, por parte de Cs, no quepa concesión alguna a los separatistas, su discurso sobre Podemos estuviera lleno de ambigüedades y lugares comunes.

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