Tanto más precisan las democracias
“posmodernas” de la elevación y mejora constante de la educación
política de la población, de una opinión pública basada lo más
posible en el conocimiento, cuanto más simples e infantiles son los
mecanismos y reflejos mediáticos que llevan a la formación de la
opinión pública. El ejemplo de Podemos resulta aleccionador como
motivo de reflexión.
Late en la familia de Podemos el eco
ancestral del corazón anarquista, que tanto sugestiona a las bases y
los seguidores, vigilado por el rigor leninista y pragmático de su
fundador. El debate entre asamblearismo y centralismo es la enésima
versión casera del difícil encaje entre sentimentalidad y
efectividad. El caso Podemos es de lo más extremo. Un movimiento de
vocación asamblearia cuya seña de identidad es la efigie de un
líder carismático, líder que además no se ha forjado encabezando
ese movimiento, sino capitalizando, poniéndole cabeza, al efecto
del mismo en la opinión pública. Su gran merito fue transformar un
movimiento en opinión pública. El cuidado de este jardín es su
principal activo para su estrategia de poder. La tensión original
entre la vocación asamblearia y el cesarismo se soporta mientras
dure el impulso que pueda llevar al poder o a éxitos apreciables. Pero sólo en el fracaso se hará manifiesta la tensión de verdad. pues con el triunfo el corazón se hará "razón". Estamos no obstante ante
una apuesta arriesgada, porque, como Iglesias ha insistido, cosa que
hay que agradecer, su empeño es el Poder, no simplemente protestar y
convertirse en una alternativa más o menos testimonial. En ese tramo
la propaganda que ilustra este movimiento contrapone democracia
representativa y democracia asamblearia, lo que a primera vista
recuerda la vieja oposición maoísta leninista entre la democracia
“burguesa” y la “democracia popular”.
Pero más allá de esta trifulca
“orgánica” y del estímulo que significa la “anécdota” del
caso Podemos, la relación entre el liderazgo carismático y la
participación ciudadana es categoría de primer orden en la
democracia posmoderna. Ni siquiera la democracia moderna, siendo de
natural todo lo “aburrida” que se quiera, puede sustraerse a la
emoción que despiertan los líderes carismáticos. Y se hace
evidente que la sensación de novedad sólo puede cristalizar si la
protagoniza algún personaje con especial encanto mediático. Los
que, como Rajoy o Major, tienen un perfil plano aparecen cuando
domina el hartazgo y se quiere algo de realidad por mediocre que sea.
Pero en la democracia posmoderna se precisan fuertes liderazgos y
además con el mayor carisma posible. Por muy paradójico que
parezca, cuanto mayor es la desconfianza ante los políticos y la
política en general, más necesita la gente confiar en sólidos
liderazgos. Y en ese estado acecha sobremanera el peligro de
confundir el carisma con la bondad de la política que se
patrocina.
Pero igual que inconscientemente se invocan líderes, a veces acualquier precio, se demanda
participación directa. Ya es moneda común que el ciudadano medio se
indigne si tiene la sensación de que el gobernante no cumpla sus
deseos o tome medidas contrarias a sus deseos o preferencias. Y no
me refiero al malestar lógico que puede producir una medida
determinada con la que no se está de acuerdo, sino al hecho en sí
de que el gobernante la haya tomado como sí no “hubiera tenido
a uno en cuenta” o “no lo hubiera consultado”. El ciudadano medio se
siente en el derecho de que los gobernantes y los políticos “cumplan
su voluntad”, suponiendo este ciudadano dos cosas que no estan tan
claras como parece: que su voluntad es la misma que la de todos y que
además tiene una voluntad clara. Pero el caso es que limitarse a
delegar en los representantes que elige según sus preferencias ya no
llena el mínimo exigible. Por eso cualquiera que salte a la palestra
para influir en la opinión pública, habla siempre en nombre de “la
ciudadanía”, “la gente”, como antes se hablaba en nombre del
pueblo o la nación. Este estado de animo responde a un reflejo
subjetivo y a un estado objetivo característico de las democracias
actuales. En el universo mediático los asuntos públicos están tan
a la vista que el espectador no puede resignarse a ver lo que pasa,
delegando en unos “políticos” que desprenden un buen tufo de
ineficiencia e incluso dudosa moralidad. Pero por otra parte los
asuntos públicos parecen endemoniadamente complejos y las claves
para afrontarlos inaccesibles. En un universo abierto y transparente
es cada vez más difícil dilucidar lo que hay de engaño y de
realidad en lo que ocurre y salta a la vista. Y lo que es más
difícil, evaluar las consecuencias de cualquier medida política o
económica. Si la conformidad y la confianza de los ciudadanos, es
decir la fibra moral del sistema, reclama algo más que delegar, ¿qué
valor tiene una democracia asamblearia? Es evidente que sería
absurdo que la afición votase, antes del partido o en cualquier
momento, la alineación de su equipo. Pero la gente sueña no sólo
con debatir, sino debatir para decidir, suprimiendo lo más posible
los filtros propios del sistema representativo. Todo se soporta en un
gran equívoco: en las democracias originarias, digamos que salvajes,
al estilo de la antigua Grecia, decisión y debate formaban una pieza
única. En las democracias actuales quienes tienen que decidir no
debaten con los contrarios, sino que tratan de apoyar su decisión
convenciendo a la opinión pública. Por lo que a la gente se
refiere, esta tampoco debate sino que llama tal cosa a lo que es
manifestar el apoyo por una determinada opción o medida. Pero la
complejidad de los asuntos, dada la diversidad de intereses
implicados a escala particular y colectiva, requiere debate para
formarse una correcta opinión. Los canales mediáticos que han
cumplido esa función hasta el momento parecen insuficientes, porque
buscan ante todo avalar lo decidido o repudiarlo. Si, querámoslo o
no, la democracia descansa en la confianza entre representantes y
representados , así como en la solidez de las instituciones, de lo
que se trata es que esta confianza se base cada vez más en el
conocimiento.¿Puede una sociedad de masas crear cauces de debate
encaminados a que la gente se forme por sí misma una opinión más
sólida y se autoeduque políticamente? Porque en suma es de
educación política de lo que se trata.O si se prefiere, de ejercer de ciudadano de verdad y no de parte de la masa.
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