¿Pueden converger las
estrategias del PP y del PSOE ante la secesión, suponiendo que
existan, ofreciendo un servicio útil al interés nacional y la
democracia?
La estrategia política
para un propósito concreto tiene dos componentes elementales: la
línea de acción y el discurso público, con su mensaje
correspondiente. El discurso ha de estar en función de la línea, y
es lo mínimo que estén en coherencia y que los líderes no se vean
en la situación de ser rehenes de sus palabras.
El discurso de Mariano
Rajoy es el de “ley y diálogo”, pero en realidad su línea de
acción es “resistir con la ley hasta que se pueda aplicar o sea
conveniente hacerlo y rezar para que pueda haber algún diálogo
aunque no se sepa todavía con quién ni exactamente sobre qué”.
La línea práctica, o al menos la intención que la mueve
aparentemente, vino sugerida cuando afirmó “a ver quien aguanta
más el vértigo”. Hay que dejar que el proceso se desenvuelva
hasta el final a la espera de que, al sentirse al borde del abismo,
la opinión pública afín al nacionalismo moderado y otros menos
nacionalistas, que se han dejado arrastrar, reaccionen y dejen claro
que se ha llegado demasiado lejos y no están dispuestos a seguir. Es
un proceder análogo al que usa un educador especializado en jóvenes
archiproblemáticos en un famoso programa de televisión, cuando les
deja e incluso anima a dar rienda suelta a sus instintos gamberriles
(disruptivos, se dice ahora), hasta que el destrozo llega a tal punto
que el personaje queda sorprendido de sí mismo y es preso de la
vergüenza cuando se le enseña su conducta. Don Mariano espera que
una buena parte de la opinión pública catalana avergonzada de sí
misma, retire su confianza a los Señores de Cataluña,. Tan
prudente proceder es el opuesto del que puso en práctica el Conde
Duque de Olivares hace más de tres siglos, cuando, en la guerra
contra la Francia de Richelieu, decidió involucrar con la monarquía
a la reticente nobleza catalana y abrió para ello el frente catalán
contra Francia. Lo que está por ver es si por caminos diferentes se
llegará al mismo resultado. En nuestro caso D. Mariano está
convencido y confiado en el seny de los catalanes moderados, sean
nacionalistas o no, y que constituirían la mayoría de la población.
Coincide con la mayoría de la opinión pública, que no concibe tanto
disparate y que cuenta con que tarde o temprano la gente hará uso de
la racionalidad que se le supone. Por ello el presidente del gobierno de partida apenas tiene problemas
para poner en coherencia la acción, o inacción, y el discurso que
propaga. Este se ciñe a reclamar el cumplimiento de la ley, pero no
tanto para hacer que se cumpla, sino para denunciar a los
incumplidores y ponerlos en evidencia. Descarta al mismo tiempo
entrar en el terreno de oponer la unidad de España a la
independencia, para no exacerbar los ánimos en parte y para
deslegitimar a los aventureros que se salen del Estado de Derecho.
“Todavía no es el momento” de caer en estas “calenturas” y
en movilizar pasiones contrarias, que impedirían a los moderados
volver sobre sus pasos. Sin embargo por ahora no se vislumbran
grietas ni reparos en la opinión pública secesionista por más
bullanguera y atrevida que se muestre, mientras que en el bando
opuesto impera el retiro, la desmoralización y la diseminación, de
lo cual es prueba la debacle que se prevé en las filas del PP
catalán y nacional.Pero ya tanta parsimonia empieza
a escamar, ante el mosqueo de que si no estamos ante una sedición
mucho se lo parece. Visto que no paran al contrario de lo que se
presumía generalmente se despiertan serias dudas sobre si el
gobierno tiene algún plan B caso de que a los moderados no les entre
la vergüenza. ¿Sería lo más inteligente esperar que ardan las
Fallas por entero para que, finalizada la fiesta, los más sensatos
se vean ante el escenario de una Cataluña fuera de UE y de la liga
de Fútbol española? ¿quedarán todavía sensatos o todos se
sentirán héroes alimentados por su sacrificio?
Lo que por encima de todo
esto resulta más preocupante es si puede existir otra estrategia y
discurso, dado el cariz que han tomado las cosas con la crisis y
aquello en lo que la opinión pública española está dispuesto a
creer. Sin duda que dichas pautas se conforman al perfil tancredista,
que en parte con razón, desprende Don Mariano, ¿pero se puede hacer
otra cosa?
Para el PSOE parece que
sí. Ahora bien, por poco que se observe nos encontramos con que
mientras el PP sigue la estrategia de la vergüenza, el PSOE sigue la
estrategia de la expiación. La propuesta federalista busca primero
que nada expiar la desafección hacia la democracia española de gran
parte de electorado tradicional del PSC, que ha ido a nutrir el
nacionalismo o a quedarse en casa. Según se cree la reforma federal
de la Constitución daría un motivo a las masas socialistas para
resistir la secesión, y de paso se arrastraría a los nacionalistas
moderados.
Otros efectos no
desdeñables, leídos en clave interna, serían:
-la demostración ante la
opinión pública española de que se tiene una alternativa y una
iniciativa de la que carece el inmovilismo de los populares, lo que
avala al PSOE como alternativa de gobierno.
-consecuentemente la
negativa a formar un frente común con el PP en la línea de un
gobierno de concentración nacional que extinguiría la estrategia
cenital e innegociable
del
“cordón sanitario”.
Pero ya todo suena vacío
y artificial. A la espera de la convocatoria de las elecciones
autonómicas “plebiscitarias” y de lo “esclarecedoras” que
estas resulten, se impone ir haciendo maniobras de aterrizaje, aunque
la pista sea un terreno pantanoso. Desde esta óptica se puede
interpretar la indeterminación infantil de la propuesta federalista
como una percha para colgar lo único que parece negociable para los
nacionalistas “moderados”, la transición a un Estado Confederal
definido por la “singularidad” catalana. La inconcreción
congénita de lo que sería la “España Federal” no sería así
sólo producto de la práctica imposibilidad de casar esa
“singularidad” en un modelo federalista, ni del lío que se
multiplicaría geométricamente con sólo intentar poner orden en el
puzzle de las autonomías.
Lo curioso es que, en
abstracto, el PP no tendría por qué ver con malos ojos la propuesta
federalista si esta es pura, es decir igualitaria. Se da la paradoja
de que esta propuesta podría ser ocasión para ordenar el
batiburrillo de las competencias de las autonomías y dejar definidas
de una vez por todas las competencias del Estado y los límites de
las competencias autonómicas. Incluso se podría avanzar en encauzar
temas tan sensibles como la educación y la unidad de mercado. Aun
así el PP no recoge el guante por el lógico temor a que una reforma
constitucional de esta envergadura abriera en canal el edificio
constitucional. Pero sobre todo debido a que no es esa la partida.
Lo que queda de verdad de
esa propuesta es lo que no propone, pero sugiere. Los dos partidos
nacionales necesitan ganar tiempo y que “el procés” se enfríe.
Para ello están obligados a sacar a la plaza el Miura de la
“singularidad catalana”. Lo que no significa acordar el contenido
y la solución sobre lo que haya que entender como tal. ¿Podrían
admitir alguna fórmula de derecho de autodeterminación y de
soberanía fiscal que satisficiera a los nacionalistas? Parece
imposible, pero si se quiere negociar parece que hay que acercarse a
explorar este territorio salvaje. El problema parece ser el orden de
los factores, que en política sí puede alterar el producto. ¿Habría
que abrir la negociación antes de que tengan lugar las elecciones
plebiscitarias para oponer una alternativa agradable a la furibunda
de Ezquerra y sus socios? ¿sería mejor esperar los resultados de
esas elecciones, suponiendo que dejarían un escenario ingobernable?
O que en su caso la proclamación unilateral de a Independencia
legitimase al Gobierno a hacer cumplir la ley. Es claro que por lo
que a la primera vía respecta sólo cabe la propuesta de iniciar la
negociación sin la seguridad de que lleve a nada y que para la
segunda vía la única esperanza es que con el éxito venga luego la
descomposición de los aventureros. Por ahora en lo único en que
pueden ponerse de acuerdo PSOE y PP es en la necesidad de alejar el
abismo. Sino la clarividencia, la realidad les obliga a tener esta
singular convergencia y a llegar a un acuerdo sobre el orden de los
factores. A ir en suma más allá de la estrategia de la vergüenza y
de la expiación.
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