lunes, 6 de octubre de 2014

MÁS ALLÁ DE LA VERGÜENZA Y DE LA EXPIACIÓN.


¿Pueden converger las estrategias del PP y del PSOE ante la secesión, suponiendo que existan, ofreciendo un servicio útil al interés nacional y la democracia?
La estrategia política para un propósito concreto tiene dos componentes elementales: la línea de acción y el discurso público, con su mensaje correspondiente. El discurso ha de estar en función de la línea, y es lo mínimo que estén en coherencia y que los líderes no se vean en la situación de ser rehenes de sus palabras.
El discurso de Mariano Rajoy es el de “ley y diálogo”, pero en realidad su línea de acción es “resistir con la ley hasta que se pueda aplicar o sea conveniente hacerlo y rezar para que pueda haber algún diálogo aunque no se sepa todavía con quién ni exactamente sobre qué”. La línea práctica, o al menos la intención que la mueve aparentemente, vino sugerida cuando afirmó “a ver quien aguanta más el vértigo”. Hay que dejar que el proceso se desenvuelva hasta el final a la espera de que, al sentirse al borde del abismo, la opinión pública afín al nacionalismo moderado y otros menos nacionalistas, que se han dejado arrastrar, reaccionen y dejen claro que se ha llegado demasiado lejos y no están dispuestos a seguir. Es un proceder análogo al que usa un educador especializado en jóvenes archiproblemáticos en un famoso programa de televisión, cuando les deja e incluso anima a dar rienda suelta a sus instintos gamberriles (disruptivos, se dice ahora), hasta que el destrozo llega a tal punto que el personaje queda sorprendido de sí mismo y es preso de la vergüenza cuando se le enseña su conducta. Don Mariano espera que una buena parte de la opinión pública catalana avergonzada de sí misma, retire su confianza a los Señores de Cataluña,. Tan prudente proceder es el opuesto del que puso en práctica el Conde Duque de Olivares hace más de tres siglos, cuando, en la guerra contra la Francia de Richelieu, decidió involucrar con la monarquía a la reticente nobleza catalana y abrió para ello el frente catalán contra Francia. Lo que está por ver es si por caminos diferentes se llegará al mismo resultado. En nuestro caso D. Mariano está convencido y confiado en el seny de los catalanes moderados, sean nacionalistas o no, y que constituirían la mayoría de la población. Coincide con la mayoría de la opinión pública, que no concibe tanto disparate y que cuenta con que tarde o temprano la gente hará uso de la racionalidad que se le supone. Por ello el presidente del gobierno de partida apenas tiene problemas para poner en coherencia la acción, o inacción, y el discurso que propaga. Este se ciñe a reclamar el cumplimiento de la ley, pero no tanto para hacer que se cumpla, sino para denunciar a los incumplidores y ponerlos en evidencia. Descarta al mismo tiempo entrar en el terreno de oponer la unidad de España a la independencia, para no exacerbar los ánimos en parte y para deslegitimar a los aventureros que se salen del Estado de Derecho. “Todavía no es el momento” de caer en estas “calenturas” y en movilizar pasiones contrarias, que impedirían a los moderados volver sobre sus pasos. Sin embargo por ahora no se vislumbran grietas ni reparos en la opinión pública secesionista por más bullanguera y atrevida que se muestre, mientras que en el bando opuesto impera el retiro, la desmoralización y la diseminación, de lo cual es prueba la debacle que se prevé en las filas del PP catalán y nacional.Pero ya tanta parsimonia empieza a escamar, ante el mosqueo de que si no estamos ante una sedición mucho se lo parece. Visto que no paran al contrario de lo que se presumía generalmente se despiertan serias dudas sobre si el gobierno tiene algún plan B caso de que a los moderados no les entre la vergüenza. ¿Sería lo más inteligente esperar que ardan las Fallas por entero para que, finalizada la fiesta, los más sensatos se vean ante el escenario de una Cataluña fuera de UE y de la liga de Fútbol española? ¿quedarán todavía sensatos o todos se sentirán héroes alimentados por su sacrificio?
Lo que por encima de todo esto resulta más preocupante es si puede existir otra estrategia y discurso, dado el cariz que han tomado las cosas con la crisis y aquello en lo que la opinión pública española está dispuesto a creer. Sin duda que dichas pautas se conforman al perfil tancredista, que en parte con razón, desprende Don Mariano, ¿pero se puede hacer otra cosa?

Para el PSOE parece que sí. Ahora bien, por poco que se observe nos encontramos con que mientras el PP sigue la estrategia de la vergüenza, el PSOE sigue la estrategia de la expiación. La propuesta federalista busca primero que nada expiar la desafección hacia la democracia española de gran parte de electorado tradicional del PSC, que ha ido a nutrir el nacionalismo o a quedarse en casa. Según se cree la reforma federal de la Constitución daría un motivo a las masas socialistas para resistir la secesión, y de paso se arrastraría a los nacionalistas moderados.
Otros efectos no desdeñables, leídos en clave interna, serían:
-la demostración ante la opinión pública española de que se tiene una alternativa y una iniciativa de la que carece el inmovilismo de los populares, lo que avala al PSOE como alternativa de gobierno.
-consecuentemente la negativa a formar un frente común con el PP en la línea de un gobierno de concentración nacional que extinguiría la estrategia cenital e innegociable del “cordón sanitario”.
Pero ya todo suena vacío y artificial. A la espera de la convocatoria de las elecciones autonómicas “plebiscitarias” y de lo “esclarecedoras” que estas resulten, se impone ir haciendo maniobras de aterrizaje, aunque la pista sea un terreno pantanoso. Desde esta óptica se puede interpretar la indeterminación infantil de la propuesta federalista como una percha para colgar lo único que parece negociable para los nacionalistas “moderados”, la transición a un Estado Confederal definido por la “singularidad” catalana. La inconcreción congénita de lo que sería la “España Federal” no sería así sólo producto de la práctica imposibilidad de casar esa “singularidad” en un modelo federalista, ni del lío que se multiplicaría geométricamente con sólo intentar poner orden en el puzzle de las autonomías.
Lo curioso es que, en abstracto, el PP no tendría por qué ver con malos ojos la propuesta federalista si esta es pura, es decir igualitaria. Se da la paradoja de que esta propuesta podría ser ocasión para ordenar el batiburrillo de las competencias de las autonomías y dejar definidas de una vez por todas las competencias del Estado y los límites de las competencias autonómicas. Incluso se podría avanzar en encauzar temas tan sensibles como la educación y la unidad de mercado. Aun así el PP no recoge el guante por el lógico temor a que una reforma constitucional de esta envergadura abriera en canal el edificio constitucional. Pero sobre todo debido a que no es esa la partida.
Lo que queda de verdad de esa propuesta es lo que no propone, pero sugiere. Los dos partidos nacionales necesitan ganar tiempo y que “el procés” se enfríe. Para ello están obligados a sacar a la plaza el Miura de la “singularidad catalana”. Lo que no significa acordar el contenido y la solución sobre lo que haya que entender como tal. ¿Podrían admitir alguna fórmula de derecho de autodeterminación y de soberanía fiscal que satisficiera a los nacionalistas? Parece imposible, pero si se quiere negociar parece que hay que acercarse a explorar este territorio salvaje. El problema parece ser el orden de los factores, que en política sí puede alterar el producto. ¿Habría que abrir la negociación antes de que tengan lugar las elecciones plebiscitarias para oponer una alternativa agradable a la furibunda de Ezquerra y sus socios? ¿sería mejor esperar los resultados de esas elecciones, suponiendo que dejarían un escenario ingobernable? O que en su caso la proclamación unilateral de a Independencia legitimase al Gobierno a hacer cumplir la ley. Es claro que por lo que a la primera vía respecta sólo cabe la propuesta de iniciar la negociación sin la seguridad de que lleve a nada y que para la segunda vía la única esperanza es que con el éxito venga luego la descomposición de los aventureros. Por ahora en lo único en que pueden ponerse de acuerdo PSOE y PP es en la necesidad de alejar el abismo. Sino la clarividencia, la realidad les obliga a tener esta singular convergencia y a llegar a un acuerdo sobre el orden de los factores. A ir en suma más allá de la estrategia de la vergüenza y de la expiación.

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