miércoles, 8 de octubre de 2014

EL SUEÑO DE LA REBELIÓN


¿Se dan las condiciones psicológicas para la insumisión o rebelión colectiva en Cataluña?
Lo digo porque estamos pasando del sueño del acceso natural y aséptico a la independencia al “sueño de la rebelión” por la independencia. Se esparce la imagen de un pueblo sublevado presto al sacrificio, “libertad o muerte”, que se hace con su destino por las buenas o las malas. La preparación de la Diada tenía un toque de desfile y encuadramiento colectivo frente al toque de espontaneidad de las anteriores Diadas independentistas. Los modelos son las ocupaciones mediáticas de las grandes plazas y centros públicos en la primavera árabe, Kiev o ahora Hong Kong. La tradición sin embargo no avala estos alardes para Cataluña. Los líderes de las clases medias nacionalistas apenas crearon los “escamots”, una birria, que trataba de seguir el ejemplo de los escuadrones nazis y fascistas. El patrimonio de la rebelión callejera era de los anarquistas y la simpatía de estos con la causa nacionalista era digna de diván de psiquiatra. Aunque se mitifique al héroe Casanova, la estética sacrificial no se aviene mucho con las clases medias nacionalistas que protagonizan el actual disparate, ni tampoco con lo que se juegan, aunque el refuerzo de la juventud irredenta que representa ERC, CUP o Guanyem lo disimule.
Desde un punto de vista psicológico no es fácil saltar de un escenario en el que se hace de la cordura y moderación la garantía del éxito, a otro en el que se convoca al heroísmo como uúnico camino posible. El President ya se anticipa “sabed que habrá que gobernar la incertidumbre”. Y la mayor incertidumbre es lo que pasa por su cabeza y la que siente en su cabeza. ¿Saltar o quedarse en el medio?.
Pero lo que de verdad importa es si se salta del sueño de rebelión a la rebelión de verdad. De hacerse estaríamos ante una auténtica singularidad histórica. Una rebelión contra los motivos que le quitan cualquier legitimidad. Y no me refiero sólo al hecho de que vulnere el Estado de derecho. Me refiero a legitimidad moral. Rebelión para conseguir unos objetivos que en lo fundamental ya se tienen, o se pueden lograr fácilmente en el marco legal y dentro del juego democrático: cultura propia, control de la legislación, lingüística y educativa, todo tipo de competencias económicos y sociales. Para alcanzar en suma una independencia que poco más significaría en términos prácticos. Mucho menos se puede aducir la crisis y que “España nos roba”. ¿Como entonces esta inflación de cabreo e indignación que tiene a España y al Estado de cabeza de turco?. ¿Es esta inflación suficiente para crear un sentimiento de rebelión y luego la rebelión real? Los movimientos de masas fanatizados y las rebeliones fanáticas han estado asociadas a estados de desesperación y empobrecimiento colectivo. Aunque la fanatización de la sociedad alemana tuvo otras causas, no se hubiera podido producir sin la grave crisis económica y la humillación que sintieron los alemanes tras la I guerra mundial, en parecida situación estaban los dos bandos de la nuestra guerra civil. Nada de esto tiene que ver con una sociedad próspera y que encuentra en el actual marco de la economía hispana y europea la posibilidad de un desarrollo razonable, sin que nadie pueda imaginar una alternativa mejor. Desde luego hay crisis, muchos lo pasan mal y las expectativas no son claras, pero no lo remedia la magia y las brujas. Y sobre todo no está en juego la prosperidad media alcanzada que es la de una sociedad burguesa relativamente satisfecha, a no ser que se heche por la borda.
Desde el punto de vista psicológico, las circunstancias han cambiado y una vez producida la explosión inflacionaria que ha desatado tan súbitamente el furor independentista, lo que parece animar la posibilidad de una rebelión real, que sería una rebelión en la que la gente educada en la paz y la moderación se vería arrastrada, es el mismo sueño de la rebelión. Soñarse héroes ante el mundo, es decir ante los televidentes del universo entero. Suena a gran frivolidad pero no es descartable. El impacto distorsionador de la cultura mediática no tiene porque afectar sólo a la psicología individual, quizá tenga un efecto todavía más contundente en la psicología de masas. El público no asiste a los estadios para ver el partido y animar a los suyos, aspira a ser tan protagonista como los jugadores en la televisión. Igual que muchos jóvenes y no tan jóvenes hacen lo que hacen para salir en la tele o internet, la gente se hace masa para compartir ese privilegio.
Considerado el asunto desde un punto de vista político la rebelión mediática tiene muchos puntos a favor. La multitud agitada y cabreada gana la simpatía de cualquier espectador, máxime cuanto más ignorante sea del asunto que está en juego. Los “líderes” occidentales se rigen por lo escandalizada que esté la opinión pública mediáticamente de-formada. Siria, Irak, Libia son pruebas elementales. Por lo se refiere a nuestros pagos, parece imposible volver a los tiempos en que las agitaciones callejeras se apagaban a sangre y fuego. Aunque se carezca de razones objetivas, siempre queda que, dada la idiosincrasia de la política española, de no ganarlo todo siempre se ganará algo más por muy mal que vayan las cosas. Si el disparate tiene las espaldas cubiertas, o cree que las tiene, parece menos disparate a quienes se entregan al mismo.

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