¿Se dan las condiciones psicológicas
para la insumisión o rebelión colectiva en Cataluña?
Lo digo porque estamos pasando del
sueño del acceso natural y aséptico a la independencia al “sueño
de la rebelión” por la independencia. Se esparce la imagen de un
pueblo sublevado presto al sacrificio, “libertad o muerte”, que
se hace con su destino por las buenas o las malas. La preparación de
la Diada tenía un toque de desfile y encuadramiento colectivo frente
al toque de espontaneidad de las anteriores Diadas independentistas.
Los modelos son las ocupaciones mediáticas de las grandes plazas y
centros públicos en la primavera árabe, Kiev o ahora Hong Kong. La
tradición sin embargo no avala estos alardes para Cataluña. Los
líderes de las clases medias nacionalistas apenas crearon los
“escamots”, una birria, que trataba de seguir el ejemplo de los
escuadrones nazis y fascistas. El patrimonio de la rebelión
callejera era de los anarquistas y la simpatía de estos con la causa
nacionalista era digna de diván de psiquiatra. Aunque se mitifique
al héroe Casanova, la estética sacrificial no se aviene mucho con
las clases medias nacionalistas que protagonizan el actual disparate,
ni tampoco con lo que se juegan, aunque el refuerzo de la juventud
irredenta que representa ERC, CUP o Guanyem lo disimule.
Desde un punto de vista psicológico no
es fácil saltar de un escenario en el que se hace de la cordura y
moderación la garantía del éxito, a otro en el que se convoca al
heroísmo como uúnico camino posible. El President ya se anticipa
“sabed que habrá que gobernar la incertidumbre”. Y la mayor
incertidumbre es lo que pasa por su cabeza y la que siente en su
cabeza. ¿Saltar o quedarse en el medio?.
Pero lo que de verdad importa es si se
salta del sueño de rebelión a la rebelión de verdad. De hacerse
estaríamos ante una auténtica singularidad histórica. Una rebelión
contra los motivos que le quitan cualquier legitimidad. Y no me
refiero sólo al hecho de que vulnere el Estado de derecho. Me
refiero a legitimidad moral. Rebelión para conseguir unos objetivos
que en lo fundamental ya se tienen, o se pueden lograr fácilmente en
el marco legal y dentro del juego democrático: cultura propia,
control de la legislación, lingüística y educativa, todo tipo de
competencias económicos y sociales. Para alcanzar en suma una
independencia que poco más significaría en términos prácticos.
Mucho menos se puede aducir la crisis y que “España nos roba”.
¿Como entonces esta inflación de cabreo e indignación que tiene a
España y al Estado de cabeza de turco?. ¿Es esta inflación
suficiente para crear un sentimiento de rebelión y luego la rebelión
real? Los movimientos de masas fanatizados y las rebeliones
fanáticas han estado asociadas a estados de desesperación y
empobrecimiento colectivo. Aunque la fanatización de la sociedad
alemana tuvo otras causas, no se hubiera podido producir sin la grave
crisis económica y la humillación que sintieron los alemanes tras
la I guerra mundial, en parecida situación estaban los dos bandos de
la nuestra guerra civil. Nada de esto tiene que ver con una sociedad
próspera y que encuentra en el actual marco de la economía hispana
y europea la posibilidad de un desarrollo razonable, sin que nadie
pueda imaginar una alternativa mejor. Desde luego hay crisis, muchos
lo pasan mal y las expectativas no son claras, pero no lo remedia la
magia y las brujas. Y sobre todo no está en juego la prosperidad
media alcanzada que es la de una sociedad burguesa relativamente
satisfecha, a no ser que se heche por la borda.
Desde el punto de vista psicológico,
las circunstancias han cambiado y una vez producida la explosión
inflacionaria que ha desatado tan súbitamente el furor
independentista, lo que parece animar la posibilidad de una rebelión
real, que sería una rebelión en la que la gente educada en la paz y
la moderación se vería arrastrada, es el mismo sueño de la
rebelión. Soñarse héroes ante el mundo, es decir ante los
televidentes del universo entero. Suena a gran frivolidad pero no es
descartable. El impacto distorsionador de la cultura mediática no
tiene porque afectar sólo a la psicología individual, quizá tenga
un efecto todavía más contundente en la psicología de masas. El
público no asiste a los estadios para ver el partido y animar a los
suyos, aspira a ser tan protagonista como los jugadores en la
televisión. Igual que muchos jóvenes y no tan jóvenes hacen lo que
hacen para salir en la tele o internet, la gente se hace masa para
compartir ese privilegio.
Considerado el asunto desde un punto de
vista político la rebelión mediática tiene muchos puntos a favor.
La multitud agitada y cabreada gana la simpatía de cualquier
espectador, máxime cuanto más ignorante sea del asunto que está en
juego. Los “líderes” occidentales se rigen por lo escandalizada
que esté la opinión pública mediáticamente de-formada. Siria, Irak,
Libia son pruebas elementales. Por lo se refiere a nuestros pagos, parece imposible volver a los tiempos en que las
agitaciones callejeras se apagaban a sangre y fuego. Aunque se
carezca de razones objetivas, siempre queda que, dada la
idiosincrasia de la política española, de no ganarlo todo siempre
se ganará algo más por muy mal que vayan las cosas. Si el disparate
tiene las espaldas cubiertas, o cree que las tiene, parece menos
disparate a quienes se entregan al mismo.
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