martes, 21 de octubre de 2014

COLLAGE PODEMOS II


 PODEMOS Y CIUDADANOS.

Podría presumir Albert Rivera de haber descubierto y encumbrado la idea genérica de “ciudadanía” a la de una categoría política asociada a connotaciones y alternativas políticas concretas. Ahora el gran reto semántico que se propone Podemos es apropiársela en exclusiva como si fuera esta formación la expresión genuina de la “ciudadanía”. En este mundo mediático y de clases medias donde todas las líneas y diferencias políticas, mentales y sociales son especialmente difusas es cada vez más obsesiva la aspiración a adquirir una identidad, tanto personal como grupal, algo en lo que creer y que compartir, a ser posible con todos. Tengo que A. Rivera bajó esta venerable fórmula del cielo de los valores universales, por todos compartidos, a la arena de la refriega política por instinto, debido a la urgencia de dar una respuesta ideológica a la mentalidad nacionalista ya apabullante en Cataluña desde hace diez años por lo menos. Como toda alternativa espontánea esta emerge a partir de lo que de forma inmediata la gente y los destinatarios concretos echan en falta. En Cataluña bastantes que empezaban a tomar conciencia dela orfandad política en la que quedaban ante la deriva nacionalista deriva nacionalista del PSC, empezaban a cansarse de los cantos de sirena nacionalista, que servían para un roto y un descosido, y reclmaban que los políticos se ocupasen de los “problemas concretos”. “Ciudadanía” significaba a la vez una forma de reivindicar la solidaridad con todos los españoles y de cambiar la poesía nacionalista, horrible poesía por cierto, por la prosa de “ocuparse con las las cosas”, tal como Ortega reclamaba en otros tiempos.
La desgraciada secuencia posterior ha abocado, con toda la injusticia del mundo, a que en la opinión pública catalana se ubique la opción de Rivera cerca de “la extrema derecha”, lo que dice bastante del estado patológico que sufre esta opinión pública. Pero pasemos de largo.
Hoy cualquier partido y alternativa política se presenta y cree ser el legítimo representante de la “ciudadanía”, expresión esta que contiene un valor de por sí y cuya invocación, como las viejas fórmulas mágicas, sugiere soluciones concretas y unánimes en beneficio de todos. Dicho sea de paso, parece como si la aldea global adquiriera más un perfil de Aldea que de global. Pero “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, viene a decir el líder de Podemos, que parece empeñado en patrimonializar para su formación y él mismo esta categoría política. Al procurarlo no inventa nada nuevo, el manual del arte y el combate político en este mundo tan amorfo como pluralmente uniforme, indica que la identidad de cada opción y partido, lo que une a los representantes, o aspirantes a serlo y los representados, es la sensación de compartir ciertos valores generales, bastante platónicos por cierto. Y así la verdadera disputa empieza por la ideología y en especial por apropiarse en exclusiva para una formación ciertos valores a modo de seña de identidad. El asunto se torna enrevesado porque esos valores suelen ser comunes y “transversales” normalmente, por ejemplo la democracia, el estado del bienestar, el pueblo, la igualdad y la libertad, la justicia, la solidaridad...etc Y también ocurre lo contrario, ahora que en España la idea de España y la de nación están en horas bajas todos evitan nombrar algo parecido, como quien escapa de la peste.
El hecho es que “Pablemos” está decidido a usufructarlo y no por una especial pasión por las connotaciones con las que se asocia este término a un régimen democrático. Pero fijémonos antes en el talante. Está en las antípodas de la ingenuidad instintiva de Albert Rivera, es lo más parecido a un trabajo de laboratorio hecho con toda la asepsia imaginable. Un grupo de profesores de formación leninista clásica, amamantados por cierto en las ubres del “sistema” universitario, y al parecer con el gusanillo de reverdecer marchitos laureles observa la agitación de los indignados, lo decisivo del eco mediático, la eficacia del carisma a la luz de la “revolución bolivariana” y se apresta a renovar el viejo traje con el que las masas, es decir una minoría masiva que emerge en medio de la descomposición colectiva, asalta el Palacio de Invierno, o mejor el cielo de la libertad. Como una gigantesca clase de prácticas en la que se renueva el lenguaje de unas teorías políticas que ya estaban desahuciadas por rancias y escolásticas. Y la adaptación no compete tanto a las ideas sino al “discurso”. En su idea la “ciudadanía” acoge a las clases medias, es decir a todos que ahora se sientan discriminados, como antes el “pueblo” acogía a las masas trabajadoras irredentas. Pero el intento sólo puede tener éxito si funciona la polaridad que sugiere. En este caso ciudadanía versus “sistema”“poder”, “especulación” o “corrupción”, los ciudadanos frente a los poderosos, los ricos y los corruptos. El gran acierto del que depende el conjunto de la estrategia es contraponer ciudadanos a corrupción. A partir de ello lo que se proponga o deje de proponer parece irrelevante. Es la gran ventaja semántica sobre la iniciativa de A. Rivera, para quien Ciudadanía se comprende por oposición a nacionalismo ilusionista y descuido de los problemas concretas. “Pablemos” ha tirado por elevación y con su contraposición entre ciudadanía y corrupción evita cualquier compromiso con la realidad hasta alcanzar el Poder, que de eso se trata y no meramente de gobernar.
De forma imperceptible nos es mucho visionar advertir como la lucha ideológica se desplaza a la lucha por la apropiación del valor “ciudadanía”, y este combate debiera tener por púgiles al descubridor original y al “intelectual orgánico”. Dicho con toda la crudeza: entre una alternativa “ciudadana” civilizada y otra totalitaria. Pero el combate es desigual porque entre otras cosas el primer púgil tiene dificultades para comparecer en condiciones mínimamente aceptables, incluso para ser seleccionado.

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