PODEMOS Y CIUDADANOS.
Podría presumir Albert Rivera de haber descubierto y encumbrado la idea genérica de “ciudadanía” a la de una categoría política asociada a connotaciones y alternativas políticas concretas. Ahora el gran reto semántico que se propone Podemos es apropiársela en exclusiva como si fuera esta formación la expresión genuina de la “ciudadanía”. En este mundo mediático y de clases medias donde todas las líneas y diferencias políticas, mentales y sociales son especialmente difusas es cada vez más obsesiva la aspiración a adquirir una identidad, tanto personal como grupal, algo en lo que creer y que compartir, a ser posible con todos. Tengo que A. Rivera bajó esta venerable fórmula del cielo de los valores universales, por todos compartidos, a la arena de la refriega política por instinto, debido a la urgencia de dar una respuesta ideológica a la mentalidad nacionalista ya apabullante en Cataluña desde hace diez años por lo menos. Como toda alternativa espontánea esta emerge a partir de lo que de forma inmediata la gente y los destinatarios concretos echan en falta. En Cataluña bastantes que empezaban a tomar conciencia dela orfandad política en la que quedaban ante la deriva nacionalista deriva nacionalista del PSC, empezaban a cansarse de los cantos de sirena nacionalista, que servían para un roto y un descosido, y reclmaban que los políticos se ocupasen de los “problemas concretos”. “Ciudadanía” significaba a la vez una forma de reivindicar la solidaridad con todos los españoles y de cambiar la poesía nacionalista, horrible poesía por cierto, por la prosa de “ocuparse con las las cosas”, tal como Ortega reclamaba en otros tiempos.
Podría presumir Albert Rivera de haber descubierto y encumbrado la idea genérica de “ciudadanía” a la de una categoría política asociada a connotaciones y alternativas políticas concretas. Ahora el gran reto semántico que se propone Podemos es apropiársela en exclusiva como si fuera esta formación la expresión genuina de la “ciudadanía”. En este mundo mediático y de clases medias donde todas las líneas y diferencias políticas, mentales y sociales son especialmente difusas es cada vez más obsesiva la aspiración a adquirir una identidad, tanto personal como grupal, algo en lo que creer y que compartir, a ser posible con todos. Tengo que A. Rivera bajó esta venerable fórmula del cielo de los valores universales, por todos compartidos, a la arena de la refriega política por instinto, debido a la urgencia de dar una respuesta ideológica a la mentalidad nacionalista ya apabullante en Cataluña desde hace diez años por lo menos. Como toda alternativa espontánea esta emerge a partir de lo que de forma inmediata la gente y los destinatarios concretos echan en falta. En Cataluña bastantes que empezaban a tomar conciencia dela orfandad política en la que quedaban ante la deriva nacionalista deriva nacionalista del PSC, empezaban a cansarse de los cantos de sirena nacionalista, que servían para un roto y un descosido, y reclmaban que los políticos se ocupasen de los “problemas concretos”. “Ciudadanía” significaba a la vez una forma de reivindicar la solidaridad con todos los españoles y de cambiar la poesía nacionalista, horrible poesía por cierto, por la prosa de “ocuparse con las las cosas”, tal como Ortega reclamaba en otros tiempos.
La desgraciada secuencia posterior ha
abocado, con toda la injusticia del mundo, a que en la opinión
pública catalana se ubique la opción de Rivera cerca de “la
extrema derecha”, lo que dice bastante del estado patológico que
sufre esta opinión pública. Pero pasemos de largo.
Hoy cualquier partido y alternativa
política se presenta y cree ser el legítimo representante de la
“ciudadanía”, expresión esta que contiene un valor de por sí y
cuya invocación, como las viejas fórmulas mágicas, sugiere
soluciones concretas y unánimes en beneficio de todos. Dicho sea de
paso, parece como si la aldea global adquiriera más un perfil de
Aldea que de global. Pero “muchos son los llamados y pocos los
escogidos”, viene a decir el líder de Podemos, que parece empeñado
en patrimonializar para su formación y él mismo esta categoría
política. Al procurarlo no inventa nada nuevo, el manual del arte y
el combate político en este mundo tan amorfo como pluralmente
uniforme, indica que la identidad de cada opción y partido, lo que
une a los representantes, o aspirantes a serlo y los representados,
es la sensación de compartir ciertos valores generales, bastante
platónicos por cierto. Y así la verdadera disputa empieza por la
ideología y en especial por apropiarse en exclusiva para una
formación ciertos valores a modo de seña de identidad. El asunto se
torna enrevesado porque esos valores suelen ser comunes y
“transversales” normalmente, por ejemplo la democracia, el estado
del bienestar, el pueblo, la igualdad y la libertad, la justicia, la
solidaridad...etc Y también ocurre lo contrario, ahora que en España
la idea de España y la de nación están en horas bajas todos evitan
nombrar algo parecido, como quien escapa de la peste.
El hecho es que “Pablemos” está
decidido a usufructarlo y no por una especial pasión por las
connotaciones con las que se asocia este término a un régimen
democrático. Pero fijémonos antes en el talante. Está en las
antípodas de la ingenuidad instintiva de Albert Rivera, es lo más
parecido a un trabajo de laboratorio hecho con toda la asepsia
imaginable. Un grupo de profesores de formación leninista clásica,
amamantados por cierto en las ubres del “sistema” universitario,
y al parecer con el gusanillo de reverdecer marchitos laureles
observa la agitación de los indignados, lo decisivo del eco
mediático, la eficacia del carisma a la luz de la “revolución
bolivariana” y se apresta a renovar el viejo traje con el que las
masas, es decir una minoría masiva que emerge en medio de la
descomposición colectiva, asalta el Palacio de Invierno, o mejor el
cielo de la libertad. Como una gigantesca clase de prácticas en la
que se renueva el lenguaje de unas teorías políticas que ya estaban
desahuciadas por rancias y escolásticas. Y la adaptación no compete
tanto a las ideas sino al “discurso”. En su idea la “ciudadanía”
acoge a las clases medias, es decir a todos que ahora se sientan
discriminados, como antes el “pueblo” acogía a las masas
trabajadoras irredentas. Pero el intento sólo puede tener éxito si
funciona la polaridad que sugiere. En este caso ciudadanía versus
“sistema”“poder”, “especulación” o “corrupción”,
los ciudadanos frente a los poderosos, los ricos y los corruptos. El
gran acierto del que depende el conjunto de la estrategia es
contraponer ciudadanos a corrupción. A partir de ello lo que se
proponga o deje de proponer parece irrelevante. Es la gran ventaja
semántica sobre la iniciativa de A. Rivera, para quien Ciudadanía
se comprende por oposición a nacionalismo ilusionista y descuido de
los problemas concretas. “Pablemos” ha tirado por elevación y
con su contraposición entre ciudadanía y corrupción evita
cualquier compromiso con la realidad hasta alcanzar el Poder, que de
eso se trata y no meramente de gobernar.
De forma imperceptible nos es mucho
visionar advertir como la lucha ideológica se desplaza a la lucha
por la apropiación del valor “ciudadanía”, y este combate
debiera tener por púgiles al descubridor original y al “intelectual
orgánico”. Dicho con toda la crudeza: entre una alternativa
“ciudadana” civilizada y otra totalitaria. Pero el combate es
desigual porque entre otras cosas el primer púgil tiene dificultades
para comparecer en condiciones mínimamente aceptables, incluso para
ser seleccionado.
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